martes, 11 de septiembre de 2012

Fragmentos de mi vida con La Larva III: El parque

La Larva repta. Comienza a incorporarse, mostrando signos de ir a metamorfosear en Ninfa, por eso pasamos mucho tiempo en el parque últimamente.
Me ha llevado un poco de tiempo comprender los horarios del parque por estas latitudes.

Antes de las 9:30 o después de las 12:00 no hay nadie. El parque es un paraíso desierto y tranquilo, sólo apto para los elegidos que consiguen salir a tiempo de casa o han superado la fase de la siesta de la mañana y pueden jugar hasta la hora de comer sin problemas (pocos, muy pocos).

Entre las 10 y las 12:00 es la juerga padre, con hordas de criaturas que corretean persiguiéndose jugando a que son camiones de bomberos, empujones solapados en la cola del tobogán y guerras en el cajón de arena por los cubos, las palas escavadoras y los rastrillos. Se hacen y se destruyen castillos sin descanso. Las madres intentan poner algo de orden mientras hablan por los móviles y los pocos padres que hay, intentan lo propio mientras leen el periódico. Pausa para comer y siesta y hacia las 15:00 todos al parque otra vez. Colas en los columpios. Algún balonazo que otro. En el cajón de arena se construyen volcanes. Vuela la arena. Diversión en estado puro.

Y a partir de las 18:00, nada. La desolación. Ni rastro de criaturas autóctonas. Algunas especies foráneas, más resilientes a la oscuridad y a horarios tardíos, aún se resisten a marcharse. Pero poco a poco la hora del baño se cierne sobre la vida en el parque. Y tras esta, la hora de acostarse. Y más vale respetar todo esto, de lo contrario comandos paramaternales (que decía Mafalda) apostados en los tranvías y en las esquinas, pueden amonestarte verbalmente o con miradas de reprobación.

The Garden of Earthly Delights by Bosch High Resolution Hieronymus Bosch (circa 1450(1450)–1516) [Public domain], via Wikimedia Commons

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